NOCHEVIEJA FATÍDICA (Microrrelato)

cotillon 4

NOCHEVIEJA FATÍDICA

       Soltero feliz, y con vocación a seguirlo siendo durante muchos años, decidí pasar la Nochevieja en un hotel de Las Vegas donde celebraban cotillón y barra libre por un precio asequible a mi bolsillo. “Queridos clientes podéis beber alcohol hasta que se os salga por los ojos”, rezaba la publicidad que habían puesto en varios medios de comunicación y también a la entrada de la gran sala donde tuvo lugar el evento. Yo había pasado tres días sin apenas probar líquido, para poder la Nochevieja sacarle muy buen provecho al derecho a embriagarme adquirido por el pago de la entrada. Y nada más llegar a la enorme sala decorada con farolillos, guirnaldas y serpentinas, empecé bebiendo cubatas y continué con el champán, que creí me emborracharía menos y podría disfrutar más tiempo de la maravillosa euforia que la bebida me producía.

       Había allí dos orquestas que se iban turnando. Una de ellas le daba al ritmo alocado y, la otra, al género romántico con baladas y boleros, pues se había juntado en aquel local mucha gente de ascendencia latina. Yo no tenía problemas con el inglés. Lo chapurreaba lo suficiente para hacerme entender y, además siempre he sido muy bueno haciéndome entender por medio de la mímica.

       En mi vida me he sentido más contento y flotante. Bailé con mujeres, bailé solo, y en cierta ocasión bailé con un tío muy afeminado que empezó a meterme mano y lo abandoné sin dudarlo porque tengo convicciones que, ni borracho estoy dispuesto a saltarme.

        Llegó la tan esperada hora de la despedida del año. Yo estaba, para entonces, tan bebido que perdí la mitad de las uvas y la otra mitad se las regalé a un tipo que roncaba tumbado en un sillón con la boca abierta. Después de la última campanada estaba tan ebrio que no era más consciente de lo que me ocurría.

         Estoy seguro de que habría caído redondo al suelo si no hubiera encontrado soporte en un ser humano vestido de rojo, al que debido a mi turbia visión no sabía si era hembra o varón; pero no me importó porque con su ayuda me sostenía de pie. Y de pie me sostuvo hasta llevarme fuera del hotel y meterme dentro de un taxi donde quedé felizmente dormido. Pero únicamente por un breve periodo de tiempo, pues el coche paró y aquel ser humano vestido de rojo me ayudó a salir y me ayudó también a entrar dentro de un edificio. Allí permanecimos un tiempo oyendo hablar a dos personas, sin enterarme de lo que decían, y después regresamos al coche y finalmente, ¡oh felicidad! apareció una cama donde mi misterioso acompañante me tendió y yo quedé inmediatamente dormido como un tronco.

        Desperté a media tarde del día siguiente, dueño de la resaca más terrible de cuantas había tenido hasta entonces. Me sujeté la cabeza que amenazaba estallarme y miré en derredor mío. Y menudo sobresalto sufrí. Sentada en un sofá, a escasa distancia mía, se encontraba la mujer más fea que yo había visto en toda mi vida. Y encima de fea era vieja,

       —¿Cómo te sientes, cariño? —me preguntó con voz melosa, enseñándome en una horrible sonrisa sus dientes apiñados.

       —Peor que fatal. ¿Dónde estoy?

       —En mi casa, cariño.

       —Gracias por ayudarme.

       —Es mi obligación, cariño. Anoche nos casamos.

       La miré de nuevo a la cara y la turbulencia mental se me pasó de golpe.

       —¿Dónde está la puerta? —pedí aterrado.

       —Para ti no hay puertas, maridito. Te tengo secuestrado.

       Hasta entonces no me di cuenta de que tenía las manos esposadas.

       Hoy puedo escribir esto porque, después de once años de cautiverio y esclavitud, forzado a tener relaciones sexuales con la mujer más fea del mundo entero, he podido escapar de ella. Después de lo que acabo de contar, a nadie sorprenderá que tenga el firme propósito de no volver a probar una gota de alcohol en lo que me resta de vida. 

 

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