UN MILAGRO SORPRENDENTE (Microrrelato)

UN MILAGRO SORPRENDENTE

Se encontraron dos viejos amigos que llevaban varios años sin verse. Enorme muestra de alegría por ambas partes. Se dieron un afectuoso abrazo. Intercambiaron cariñosas amabilidades. El tiempo transcurrido no había disminuido el aprecio que siempre se tuvieron.

        —Te invito a tomar algo, Alberto. Hay que celebrar este encuentro.

        —Lo siento pero no me es posible, Julio. Tengo que entrar en la iglesia —Alberto señaló hacia el templo que tenían a unos quince metros de distancia, y hacia el que se estaban dirigiendo un buen número de fieles.

        Julio se mostró muy sorprendido.

        —Pero si tú eras ateo a más no poder —recordó.

        —Pues ahora soy muy buen creyente. Me casé hace cuatro años. Y durante casi dos años mi mujer y yo intentamos, inútilmente, tener descendencia. Así que mi querida esposa y yo visitamos a un par de ginecólogos y éstos apreciaron que soy estéril. Imagínate el disgusto que nos llevamos los dos. Pero mi mujer es muy religiosa y cada vez que iba a la iglesia le pedía a Dios realizara conmigo un milagro, ¡y oye, el milagro se produjo! —mostrando felicidad y vehemencia—. Sí, el milagro se produjo. Hace cinco meses, a pesar de lo diagnosticado por los especialistas, mi mujer quedó embarazada. Ha sido algo extraordinario, asombroso.

        En aquel momento Alberto se interrumpió para saludar a un hombre joven y atractivo vestido totalmente de negro, a excepción de un alzacuello blanco, el cuál le devolvió, muy risueño, el saludo. 

       — ¿Quién es ése? —quiso saber Julio, curioso.

       —Un santo sacerdote que no se cansa de predicar que la fe obra milagros.

        Julio dirigió a la frente de su amigo Alberto una mirada de profunda lástima, y se marchó compadeciéndole. Evidentemente él era un incrédulo que no creía en los milagros.