Deseo se eternice en mí esa embriagadora sensación de felicidad que me produce el tan anhelado hecho de poder verte y adorarte todos los días de mi vida. Luego, cuando nuestros días se eternicen, quiero poder seguir amándote y adorándote de igual modo. Y lo mismo que consiguieron otros grandes
Alberto Simón ejercía de jefe contable en una gran compañía metalúrgica. A las siete y media de la tarde, cuando le quedaban treinta minutos para terminar su jornada laboral, recibió una llamada del director general y una orden: desplazarse inmediatamente a Madrid y revisar las cuentas de una sucursal que
Era un restaurante de mala muerte. Todo, desde el cartel de encima de la puerta de su entrada al que faltaban tres letras (supuse se le habrían caído) era cochambroso. Me había decidido a entrar la pizarra que había en el exterior, con unos precios muy asequibles. Dentro del establecimiento
El camarero que atendía la barra, todos los días le servía al cliente de la sucia gabardina gris, un café muy concentrado. Se trataba de un hombre de unos cincuenta años de aspecto desaliñado, y carácter taciturno y silencioso. Todos los intentos iniciales del camarero por entablar una conversación con