LAS MUJERES JIRAFA O MUJERES CUELLOS LARGOS.

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En Mae Hong Son existe un poblado de casas de madera construidas sobre pilotes junto al río Pai, donde viven los Padaung. Aseguran algunos historiadores que este pueblo es oriundo de la provincia china de Yunnan, que se afincó en Myanmar durante el siglo XI. Según cuenta una leyenda, cuando éste pueblo era rico y potente, se convirtió en  degenerado y corrupto. Las mujeres tenían en esa época una desmedida, exagerada afición a las joyas. Los dioses se enfadaron con ellas y las entregaron a los tigres, que las atacaban a la garganta para beber su sangre. Como consecuencia de ello, media población desapareció. Para proteger el cuello del resto de mujeres, un sabio enseñó a los hombres a fabricar espirales de oro y, cuando este valioso y caro metal escaseó, fue sustituido por el cobre y los aros prevalecieron como algo simplemente decorativo pues los tigres habían desaparecido. Desde entonces ellas se conocen como las mujeres cuellos largos o mujeres jirafa. Antes llevaban esas espirales todas las mujeres padaung sin excepción, pero ahora sólo tienen ese privilegio algunas de ellas. Todas las que han nacido un miércoles de luna llena.

Cuando tienen cinco años, las niñas padaung elegidas tienen que participar en una ceremonia religiosa que tiene lugar durante una noche de luna llena y que se acompaña de ritos animistas. Una bruja vieja, ayudada por la madre de la niña privilegiada le colocan la primera espiral en el cuello y que mide unos diez centímetros. Y unos dos años más tarde le colocan otra espiral, con lo que al llegar a la pubertad el cuello de la niña mide unos veinte centímetros. Y cuando alcanza la edad casadera (los dieciséis años) la longitud que ha alcanzado su cuello tiene mucha importancia, pues es considerado un signo de riqueza. Cuantas más espirales lleva una mujer significa que su marido es más rico. Me dijeron que el record de espirales que ha llegado a llevar una mujer padaung es de veintisiete. Estos aros que se colocan, son vitalicios. Y no alargan el cuello, pues esto es algo imposible; lo que en realidad consiguen con ellos es bajar sus costillas respecto a su posición normal. Si estas mujeres se quitaran esos aros, debido a la flacidez que han ido adquiriendo los músculos de sus cuellos haría imposible mantener la cabeza erguida debido a su peso, por lo que morirían desnucadas.  Me contaron y no sé si puede ser verdad, que entre los padaung si una mujer casada es infiel, el marido tiene derecho a quitarle los aros del cuello y, la consecuencia de este hecho es mortal porque a la mujer tan cruelmente castigada se le rompe el cuello al perder la sujeción que le hacían los aros. El grupo que yo visité pertenecía a la etnia kayan. Y una vez allí, un guía francés me contó algo diferente a lo sabido hasta entonces por mí. Según este hombre, los Padaung llegaron a la zona central de Myamar (antigua Birmania) unos dos mil años atrás, procedentes del desierto de Gabi, actualmente Republica de Mongolia.

A mí me llevó a su poblado una lancha  después de un recorrido de casi media hora por el río atravesando bonitos paisajes tropicales con bastantes mosquitos, y que finalmente atracó en un rudimentario embarcadero. Allí se pagaba por la autorización de fotografiar a las mujeres «cuellos largos».

Ellas, las mujeres padaung,  parecían muy contentas con la enorme curiosidad que despertaban. Las jovencitas sobre todo, la mayoría de ellas vestidas con las típicas blusas blancas de algodón y sus  pantalones bombachos negros, los labios pintados y sus aros alrededor del cuello relucientes. Conocían muchas palabras de idiomas distintos, muchas de ellas graciosas. Algunas de ellas exhibían sus bonitos trabajos de artesanía mientras otras vendían suvenires a los turistas. Collares, pulseras, textiles y otros trabajos de su creación. Muchas de ellas eran excelente vendedoras. Y por doquier pululaban pequeños monos y gallinas. Los turistas lo pasaban en grande fotografiando y filmando cuanto se ofrecía a sus ávidos y curiosos ojos.

No sé si las mujeres padaung, supuestamente privilegiadas por poder llevar esos aros alrededor del cuello son felices o no, pero a mí me dio la impresión de que aceptan su destino y, al hacerlo, su vida transcurre con la paz y el sosiego de aquellas de su sexo que aceptan las normas dominantes que los hombres les han impuesto desde tiempo inmemorial.

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