ALGUNOS BOSQUIMANOS DE ZIMBABUE (MICRORRELATO)

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(Copyright Andrés Fornells)

Unos bosquimanos que visité, muchos años atrás, creían que el sol emite un zumbido que sólo ellos son capaces de escucharlo. Mientras pudieran escuchar ese zumbido tendrían la seguridad de que estaban enlazados con la vida. Si dejaban de escucharlo, para ellos significaría que su espíritu estaba herido de muerte. Estos bosquimanos presumían de que unas palpitaciones dentro del pecho les avisaban de la cercanía de un animal salvaje y por eso eran tan buenos cazadores. Como no podía ser de otra manera, su relación con la naturaleza era armoniosa y muy estrecha. Los animales, los insectos, los árboles y hasta las mismas rocas poseían voces que ellos eran capaces de oír.

Tenían a la mantis religiosa por un ente sagrado. Dicían que si le preguntaban a una mantis religiosa dónde se encuentra el Creador de todas las cosas, la mantis señalaría hacía lo alto con sus patitas de delante. Viéndoles hacerlo, me transmitieron en tal medida su convicción que llegué a creerles. Todavía, actualmente, cuando veo a una mantis la miro con supersticioso respeto y por nada del mundo le causaría el menor daño.

Cuando uno de aquellos bosquimano moría lo enterraban de cara al este con su arco, su carcaj lleno de flechas, su lanza en la mano y un huevo de avestruz lleno de agua para que no pasara sed en su largo camino hacia el mundo donde moraban sus antepasados. Sus parientes y amigos lloraban su pérdida, amontonaban leña al pie de su tumba y encendían una gran hoguera para que su luz le guiase en las tinieblas.

Estos bosquimanos creían que la luna es la pluma de un prodigioso pájaro celeste que les favoreció regalandoles el fuego.

La cultura de los bosquimanos es milenaria. El arte rupestre encontrado en Zimbabue posee un valor extraordinario. Estos pobladores prehistóricos dejaron por todo el país muestras de un arte único y notable cuyo tema principal fue la relación entre el hombre y los animales.

Esto ocurrió aproximadamente en la misma época que otros hombres prehistóricos de Francia y España dejaban sus pinturas rupestres en cuevas, mientras que los bosquimanos trabajaron a la intemperie en las caras lisas de las rocas de granito usando materiales sorprendentemente tersos y duraderos.

De momento se llevan catalogados 4.000 enclaves y se espera descubrir bastantes más, pertenecientes a la llamada Edad de la Piedra.

Lo que he escrito aquí es fruto de unos viejos apuntes que he encontrado en la gran caja de zapatos donde fui metiendo cosas que pensé, en el momento que me sucedieron, me ocuparía de ellas algún día.

Lamento haber perdido muchos de eso apuntes y no poder ser más extenso en cuanto puedo contar sobre esa admirable cultura primitiva y muy antigua.

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