EL MISTERIO QUE NO SUPO RESOLVER SCOTLAND YARD (RELATO)

EL MISTERIO QUE NO SUPO RESOLVER SCOTLAND YARD (RELATO)

Américo Banana había nacido en la tierra de los toros bravos. Una noche de discoteca, Américo conoció a una chica inglesa que se llamaba Godiva. Godiva y Américo disfrutaron tanto bailando pegados, que consideraron sería un auténtico gozo, para ambos, conocerse íntimamente.

Fueron al desordenado apartamento de él y en una gimiente cama sobre la que cupieron sobradamente los dos, una vez desprovistos de la molesta vestimenta, jugaron a matarse, mutuamente, de placer. Afortunadamente para ellos sobrevivieron a tan apasionada prueba, eso sí: muy cansados pero muy felices.

Américo se enamoró perdidamente del escultural cuerpo desnudo de Godiva y le dijo:

—No existe sobre la faz de la tierra nada que yo no sea capaz de hacer por poder contemplar cuerpos tan bellos como el tuyo. ¿Puedo acompañarte a Londres y así poder estar cerca de ti más tiempo?

—Puedes, pero actuando yo con la extrema sinceridad conque actúo siempre, te advierto que nunca he conservado un amante por un periodo mayor de dos semanas. Tú y yo hemos pasado ya una semana juntos, si te vienes conmigo a Londres mantendremos nuestra relación íntima una semana más, y después no querré saber más de ti.  

—Eso me dolería mucho —reconoció él—. Estoy locamente enamorado de tu cuerpo desnudo, lo idolatro.

—No podrás tenerlo más que una semana —con inquebrantable firmeza ella.

—Bueno, más vale una semana que nada. Después, para ser feliz tendré que sustituirte por otros cuerpos desnudos, pues el tuyo, según me has dicho, no podré tenerlo más que los próximos siete días.

—Así es exactamente —firme e inalterable Godiva.

—De acuerdo. Me someto a tus, para mí, dolorosas condiciones.

En el mismo avión volaron juntos a Londres. Durante todo el viaje hicieron manitas como acostumbran a hacer los enamorados, aunque en el caso de ellos dos el único enamorado era Américo.

Llegaron al aeropuerto londinense de Heathrow.

—Ahora búscate un apartamento y, cuando lo tengas me llamas, yo vendré, me desnudaré para ti y haremos el amor.  Yo vivo todavía con mi madre que es tan católica y púdica que, si supiera la de años que llevo yo con la virginidad perdida moriría del disgusto.

Américo puso tanto afán en la busca de una vivienda, que dos horas más tarde de su llegada a la capital de Inglaterra llamó a Godiva, le dio la dirección y anhelante a más no poder le pidió:

—Si no tienes coche, coge un taxi y ven lo más rápido posible, que yo y un volcán de amor te estamos esperando desesperados.

—Tengo coche.

—Pues corre en su busca.

—Ay, Américo,, eres tan ardiente que me da miedo consigas quemarme por dentro —rio ella gozosa, pues practicar la piromanía era una de sus pasiones más acusadas.

Américo y Godiva vivieron una semana de abrasantes encuentros cameros. El séptimo día, a la medianoche, la hora de la cenicienta, Godiva calzó sus zapatos pues la ropa la llevaba puesta ya y le dijo a Américo:

—Ha sido muy placentero y también muy agotador haberte conocido muy íntimamente. Ha llegado la hora de decirnos adiós para siempre.

—Adiós con el corazón, que con el alma no puedo. De ahora en adelante ya no podré vivir sin tener conmigo un cuerpo desnudo tan hermoso como el tuyo —aseguró él con los ojos llorosos y sus desconsolados colgantes del placer, también.

Una mañana, Peter Sosich, alcalde de la ciudad de Londres llamó al jefe supremo de Scotland Yard y muy disgustado le preguntó:

—¿Habéis localizado ya la estatua que se llevaron del Parque Central?

—Todavía no, pero tenemos varias pistas —mintió el policía—. No tardaremos en localizar a los ladrones. Estamos registrando todas las fundiciones del reino, pues como nadie se atreverá a tratar de vender estatuas tan conocidas, estamos casi seguros de que quienes la han robado la venderán para ser fundida.

Transcurridos dos meses no quedó en la populosa y cosmopolita ciudad de Londres ni una sola estatua de mujeres o diosas desnudas en parques, plazas y museos.

Brasil no tenía convenio de extradición con el Reino Unido.  En el puerto de Santos llegó una mañana un barco con bandera panameña que descargó del interior de sus bodegas más de doscientas estatuas de mujeres desnudas, prudentemente cubiertas con algodón y plástico de burbujas.

Todas ellas fueron llevadas a un gran contenedor. Cuando terminó el traslado, el magnate que se las había comprado a Américo le abonó la cantidad acordada por el capricho de adornar con ellas su fastuosa mansión.

Con la importante cantidad de dinero que había cobrado, Américo Banana se compró una fastuosa villa en Copacabana (Río de Janeiro).

Solo entonces llamó a Godiva y le dijo:

—Ven a vivir conmigo, por favor, estoy muriendo de amor por ti.

—No puedo dejar sola a mi mamá, pues ella se moriría de tristeza si yo la dejase sola —le expuso ella.

—Tráela contigo, tú y yo nos casaremos y le haremos creer a tu mamá que has perdido la virginidad conmigo. Así todos estaremos conformes, contentos y dichosos.

—Eres tan maravilloso que en cuanto nos echen las bendiciones nadie más que tú, me verá desnuda en este mundo.

Godiva cumplió su palabra y ella y Américo fueron inmensamente felices toda su vida.

Durante veinte años sucesivos alcaldes de Londres y directores de Scotland Yard siguieron hablando del misterio de las estatuas desaparecidas.

—Y nunca apareció testigo alguno que hubiese presenciado ni uno solo de esos robos —dijo Peter Sosich, que había heredado, de su padre, la alcaldía de Londres.

—Quizás nunca vio nadie a los ladrones —aventuró la máxima autoridad actual de Scotland Yard, que era huérfano,  poniendo cara de muy inteligente.

Este representante de la ley estaba equivocado. Había habido una testigo de aquellos robos: la luna. La luna en la que todos los enamorados han encontrado siempre a una cómplice incondicional.

(Copyright Andrés Fornells)